Muy
querido S.,
Hoy
el día pasó rápido, muy rápido, boludo, el día, seguimos bien, el león por fin
empezó a comer despacio. No es fácil cambiar la dieta a un león. Lo que M.
tenía claro es que no le íbamos a dar carne, eso no lo iba a permitir nunca, ya
sabes lo cabezota que puede llegar a ser M. La quinoa la rechazó
terminantemente y nos lo hizo saber con un rugido que hizo temblar a los gatos
y a los cristales de la ventana. Con el yogurt tampoco hubo suerte. Por fin
acertamos. No importa lo que le demos, zanahorias, apio, fresas, arroz basmati,
maracuyás, tofu, da igual, siempre y cuando le echemos una buena cantidad de
cúrcuma encima. Así se come cualquier cosa, aunque está tiñendo de amarillo el
suelo de la cocina. Debíamos haberlo entendido antes, que se puede esperar de
un león. Yo creo que M. confunde los leones con los tigres, no se da cuenta que
este tipo de dieta tiene más sentido si el animal fuera bengalí. Acabé el libro
de Coetzee. Me asustó bastante. ¿Y si lo hizo adrede? Un libro rematadamente
malo para vengarse de los que le dieron el Nobel. Es comprensible. A uno le dan
el Nobel en literatura y se supone que todos los libros que escriba a partir de
entonces deben estar a la altura, es una boludez enorme, comprenderás. El caso
es que intenté que no me dejara mal cuerpo y empecé otro libro sobre pedagogía.
Desde que conozco a M. me resulta inevitable hablarte siempre de pedagogía,
tengo pedagogía volando por la casa continuamente, de hecho tenemos una polilla
que se llama Pedagogía y se alimenta de los vestidos viejos que nos dejaron los
abuelos. Bien. Pues este libro que empecé dice cosas importantes, es de Lledó,
un filósofo. Entre otras cosas dice que las manos piensan. Ya sabes lo que M. y
yo pensamos de las manos, que hay que usarlas. Ves a todos esos chicos por las
calles usando sólo sus huellas dactilares para pasar pantallas en los móviles
del diablo y te llevas las manos a la cabeza. Lo dijo Aristóteles, que las
manos son como el alma, y es verdad, hay que tocar las cosas, no solo para
aprender matemáticas, también para que las ideas se vayan haciendo en nuestra
mente, sobre todo, para que no dejemos pasar la vida viendo tan sólo las imágenes
que quieren que veamos sino haciendo, ejecutando, realizando, creando, sí, con
las manos comprendemos, aprehendemos, transformamos en palabras el mundo. A
parte está el tema de las caricias, pero eso lo dejamos para otra carta.
Salimos a dar vueltas, y sí, gracias por avisarnos, vimos el eclipse de luna,
la luna ensangrentada oculta, y sí, efectivamente, empezamos a hacer cosas
extrañas, allí, en el puente de la autopista donde logramos encontrarla tras
rastrear la noche sin resultado. Saltamos agarrados y practicamos distintas
danzas guerreras maoríes, cuyas coreografías desconocíamos. Tomamos shitakes
fosforescentes que empezaron a surgir por las veredas. M. rompió a llorar. Ya
sabes lo muy unida que está a la luna. Al menos no agredimos a nadie. Por la
mañana, hoy, dimos de beber a la paloma, esa que está en el jardín debajo de
casa. Espera todos los días a que abramos la fuente. Debe haber más agua para
las palomas en otro sitio, pero M. insiste que abramos esta fuente a la paloma
todos los días a la misma hora. La paloma nos lo agradece a su manera, zureándonos
tranquilamente. Ella, M., siempre anda usando las manos. Crea mundos todos los
días sin excepción. Espero que vos estés bien. Recuerda que para la lavandería
tienes que tener monedas de 25 centavos, si no, las lavarropas no funcionan y los
chinos nunca tienen cambio.
Un
abrazo y saludos afectuosísimos de M.
Comentarios
Publicar un comentario