S., como vas

Llegamos ayer recién, y lo primero que nos encontramos, grandísimo invasor estás hecho, fueron tus cartas desperdigadas por el suelo. Supongo que nuestro inestimable portero las subió a casa y las deslizó bajo la puerta, sin tener en cuenta que el león no iba quedarse parado ante semejante intrusión y en fin, espero que no fueran informaciones determinantes de nuestro futuro ni del tuyo porque con sus fauces las hizo confeti, todas menos una que al menos pudimos salvar del martirio romano. Nos alegramos de que empieces a acomodarte en ese habitacioncita tan merecidamente recordada, en fin, sí, quizás te debimos avisar de las fiestas de los birmanos de arriba, pero que esperabas, nosotros no dormimos mucho allá y no le dimos importancia. Bien, pues nosotros recién regresamos de la cité y muy contentos, también la jeune femme está contenta y de hecho ha colgado en la habitación un enorme Brassai, la escalera de Montmatre, no por la composición lineal de los adoquines y las farolas, no por el blanco/negro que se mezcla con las sombras en medio de un mar de niebla, no por la infernal (o celestial) perspectiva que se dibuja ad infinitum, sino porque esa escalera ha pasado a formar parte de nuestro atlas sentimental (no sentimentaloide). Subimos la colosal acumulación de escalones una tarde noche de tremenda lluvia, paraguas para dos y Sacre Coeur como destino, y la escalerita o la mera falta de glucosa que produjo en nuestro cerebro propició la sensación cierta de lo numinoso, como si aquello tan solitario estuviera atestado de fantasmas familiares que quisieran hablar con nosotros, o no sé muy bien cómo definirlo, sentimos que aquello nos acercaba al-otro-mundo, casi lloramos, es decir, que nos gustó mucho. Y fue entrar en el Coeur y latirnos demasiado el nuestro, embebido quizás por una monja que desde el púlpito cantaba un kyrie eleison ancestral con sus ecos correspondientes de mármol blanco o de lo que sea que está construida la mole encima de la colina. Luego bajamos medio borrachos, y M. se quiso quedar con el póster que le regaló Brassai. Gran científico del encuadre y del Chardonnay, el húngaro. En todo el tiempo que estuvimos allá no dejó de acompañarnos, tomamos café, para variar, y aunque esperamos detrás de su trípode el tiempo que él quiso, valió la pena, siempre el bueno de Gyula indicando que nos fijáramos en un árbol, en su sombra, en la nariz afirmadora de los soldados que merodeaban vestidos de camuflaje por las calles mojadas. Le preguntamos que es para él la luz. Nos respondió sacándola por los ojos como si abriera un grifo. Le invitamos a comer en un vietnamita porque le vimos flaco. Bueno, de vuelta en Madrid, tengo una pila de libros esperando sobre la mesa, Alberto Savinio entre ellos. Sigo con la novela, que avanza tan lenta la muy gasterópoda, como una escolopendra mutilada en noventa patas. M. con lo suyo, aún tiene un instante para levantar la cabeza y mandarte un abrazo. Otro de mi parte.

P.D. Reescríbenos en seguida las cartas destruidas. Desolé me and m. intentaremos se maquiller very soon. ¡¡

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