Lluvia de plumas




Se paró en un banco del parque, como cansado de dar vueltas, a pesar de que estaba mojado por la lluvia constante, acuciante, lluvia negra y espesa de casi abril. Miró a su alrededor y constató la presencia de un par de fresnos, de una papelera vacía y de una paloma muy gris que se le acercó suplicando alguna miga de pan o cualquier cosa que llevarse al buche. La farola se encendió a destiempo, cuando aun quedaba luz a la tarde. El hombre pensó en ella una última vez, antes de cerrar los ojos, escuchando su propia respiración cada vez más relajada. Intuyó que pronto estaría rodeado de estrellas invisibles, que la belleza de aquellos retorcidos árboles quizás mereciera un poema, pero prefirió no dejarse llevar por la idea de que al día siguiente todo sería diferente. Puso el revólver sobre el banco húmedo. Dejó pasar el tiempo. El eco del disparo llegó hasta el río. Igual la paloma hubiera merecido mejor suerte.

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