Frío


Lentamente el frío de la mañana blanca se va introduciendo por los poros de una piel insuficiente, débil como parapeto, pálida de tanto retroceder ante las amenazantes caricias del hielo sólido y tajante. Entonces los huesos, angustiados en sus oscuras guaridas, empiezan a moverse de un lado a otro, con la improbable intención de salir al aire, con cierto anhelo de huida, pero no pueden. La piel, insensible, los contiene a ellos pero no al frío de la mañana blanca y entre tanto temblor, se deja cubrir con una capa de escarcha.

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