Confabulación


Los periódicos con su habitual desidia, no registraron la noticia, empeñados como estaban en burdas travesuras de rateros y saboteadores. Pero está comprobado que el 25 de noviembre, en el quinto piso de una calle lateral a la de Fuencarral, a mano derecha, un tipo de aspecto solemne y ridículo, con cara de haber salido hace nada del huevo, se puso, aparentemente sin darse cuenta, el pijama al revés. Era azul, con rayas, de franela. Eran las 21 horas, 17 minutos p.m. Se solía ir a dormir temprano, porque no le gustaban las duermevelas.

El hecho podría haber pasado desapercibido, alguien lo hubiera calificado como una cosa insustancial, carente de sentido, en absoluto digna de ser publicada en la primera plana de los periódicos. Pero a esa misma hora, en ese mismo minuto, en un poblado del norte de China, el inveterado profesor de química Hon Shua, de la Universidad de Pekín, tras haber acostado a las gallinas y tras haberse lavado protocolariamente los dientes, también se puso su pijama al revés. Era azul, con rayas, de franela.

El misterio se esconde detrás de cada esquina, como los pavos y los cobradores de recibos. No todo quedó así, como una coincidencia insustancial. En el mismo instante que el tipo solemne y el chino lo hacían, en la ciudad de Calgary, a las afueras de Canadá, Peter Stevenson, de 47 años y tras una vida dedicada a desplumar ovejas, se puso el pijama al revés, el pijama azul, con rayas, de franela, sin más. Daba igual que por el cambio horario allá fuese mediodía y lo lógico hubiera sido que saliera a dar una vuelta bajo el hielo. Los inquisidores de misterios ya tendrán la mosca detrás de la oreja. Que no les pique aún. La cosa no acaba aquí.

Emanuel Mobutu, un inmigrante de un arrabal de Mbabane, capital de la ilustre república de Swazilandia, a la misma hora, se puso al revés el pijama. Pásmense. Su mujer le miró perpleja, segura de que su marido había enloquecido: ¿A quién se le ocurre ponerse un pijama azul, con rayas y, sobretodo, de franela, en pleno verano? Las calles de Mbabane bullían a una temperatura constante de cincuenta grados bajo cero. Emanuel no pudo explicar a su mujer, como no podía explicarle casi ninguna cosa, que no había otro remedio que ponerse ese pijama, viviendo en el hemisferio Sur.

En la inmensa variedad de acontecimientos de los que se nutre el universo y su insigne historia, estas coincidencias inexplicables revisten a nuestras tediosas vidas de un halo de misterio inefable. Pero tendría que tener uno un cerebro del tamaño de un kiko para no darse cuenta que detrás de estos aparentemente inconexas y rebeldes actitudes se escondía una razón poderosa y siniestra. La prudencia nos induce a hacernos preguntas, a buscar una explicación de lo que sin duda es en realidad una amenaza que pretende acabar con el orden establecido. Las hojas de los sauces tiemblan. La noche cerca las ciudades de medio mundo. Un pato cruza la carretera en el peor momento. Mientras, en el rostro de los cuatro hombres, simultáneamente, mientras se recolocan sus pijamas a instancias de sus airadas mujeres, se dibujan unas infames y secretas sonrisas.

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